12 febrero 2019

Vivo pensando en que me voy a morir ya mismo. En que quizá estas palabras que escribo sean las últimas. No exagero; lo juro. Cualquier cosa extraordinaria que me pase en el cuerpo me pone de los nervios: una manchita en la piel, un simple resfriado, un dolor de cabeza de esos que son como las espinas de la rosa clavándose en el interior del cerebro. Tic, tic, tic. Rascándose desde dentro como un niño de parvulario que araña por primera vez un corcho con un punzón. Crrrrrs, crrrrsss, crrrrsssss. Así es como se deshacen mis sesos. Así es como mi mente temblorosa dice: voy a morir. Es que me voy a morir. Es que voy a terminar de escribir este párrafo, y ya. Se acabó. ¿Ya? ¿A ver? Vaya… Pues no me he muerto. Aquí sigo.

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